viernes, 29 de mayo de 2009

VAMOS A ANDAR

El amor que no osa decir su nombre
(Oscar Wilde)

Nací el 13 de febrero de 1969, en medio de una familia tradicional, machista y futbolera. Desde pequeño sentí mi diferencia. Recuerdo muchas veces haber llegado llorando a casa, porque en las calles me molestaban. “Maricón”, “coliza”, “colipato” y otras palabras ofensivas, eran los gritos que escuchaba reiteradamente. Tenía la voz dulce, era delgadito, aunque la homosexualidad en ese minuto era un misterio en mi pequeña existencia. No entendía las agresiones, ni el sentido de tantos insultos gratuitos, pero aprendí a convivir con ellos, construyendo una coraza que me protegió de burlas, atropellos y comentarios. Así, mientras reinaba en mi cuarto propio, comencé a descubrir mi infantil sexualidad, explorando cuerpos, emociones y sensaciones con otros compañeros del colegio. No tengo muchos recuerdos de aquella época, excepto esas primeras exploraciones sexuales, aunque debo reconocer que mi infancia, junto con ser pobre, fue solitaria debido a las burlas y la estigmatización.

Luego, de adolescente, experimenté las peripecias teatrales de intentar parecer lo que no era, un heterosexual. Fue difícil actuar lo más hombre posible, ya que desde muy pequeño me gustó vestir llamativo y mi actuar delataba mis maneras. Si bien de niño sentí que era un ser humano diferente y exploré mis primeras erotizaciones, más joven, el sentir homosexual comenzó a transformarse en un sentimiento recurrente y en un complicado proceso del cual intenté huir muchas veces por miedo al qué dirán. Felizmente no pude escapar a mi destino y terminé transformando mis miedos infantiles en fortalezas políticas, expresadas posteriormente en las muchas batallas emprendidas junto al Movimiento de Liberación Homosexual de Chile, MOVILH, durante los efervescentes años de la democracia post Pinochet.

Hoy, rumbo a los 40, estoy cierto que nadie elige el sentir homosexual, o tampoco opta por lo heterosexual. No creo que importe demasiado saber si la homosexualidad se hereda o se aprende, porque muchas discusiones infructuosas hemos tenido al respecto, aunque estoy convencido de la necesidad de vivir libremente la sexualidad. Paradójicamente, el respeto a la diferencia lo descubrí cuando joven y participaba en mi parroquia católica de barrio, en la población El Cortijo de Conchalí. Ahí en medio de peregrinaciones y liturgias varias, transité por las luchas sociales de una iglesia comprometida con los pobres y la democracia. Fui monitor de las Colonias Urbanas, monitor de las primeras comuniones, tío de confirmación y destaqué en otros roles que hicieron crecer fortalezas e idealismos, encarnando convicciones de transformación social. En esos momentos de búsquedas y definiciones sexuales, la iglesia católica, la misma que condena las prácticas homosexuales, se transformó en un lugar acogedor y familiar. Curiosamente, en tiempos de Pinochet, esa misma iglesia conservadora me ayudó a definir mi homosexualidad.

Terminada la dictadura militar, alejado de la iglesia y de lleno en esclarecimientos personales, escuché de la existencia de un grupo de homosexuales organizados y conocí a un amigo clave en el proceso, que me ayudó a descubrir al naciente movimiento gay chileno. Su nombre es Víctor Parra, él era monitor de talleres de artesanía en la Población Juanita Aguirre, en Conchalí. Ahí, fabricando artesanías de papel, observando su figura robusta, atenta y delicada, descubrí que algo íntimo nos unía más allá de lo meramente artesanal: la homosexualidad. Lo que en ese minuto no percibía, era la importancia que Víctor adquiriría en mi despertar político, homosexual y combativo. Entre chanchitos y palomitas de papiro, nuestras conversaciones de tarde nos llevaron a hablar del Movimiento de Liberación Homosexual y de sus idearios de libertad y emancipación.

Recuerdo que mi primer encuentro más directo con el Movimiento Homosexual aconteció en una marcha del Informe Rettig, en marzo de 1992. Un poco antes de eso, pedí a Víctor Parra que me invitara a las reuniones semi clandestinas que efectuaba el MOVILH en una vieja casona del centro de Santiago. Pero mientras esperaba la nunca concretada invitación, por azares del destino, me encontré con los compañeros del MOVILH en plena marcha por los Derechos Humanos un 4 de marzo de 1992, en la Alameda de las Delicias. Ahí, frente al Palacio de Gobierno, marchaban los que más tarde serían mis compañeros de tantas intensas batallas. Los homosexuales, a diferencia de otros heterosexuales que marchaban a rostro descubierto, enfilaban a la cola de la caminata con sus rostros enmascarados esquivando el estigma social, vistiendo un riguroso luto en homenaje a las víctimas de la dictadura militar y enarbolando un lienzo que rezaba: Por nuestros hermanos caídos. Movimiento de Liberación Homosexual, MOVILH. Entonces, superado por la sorpresa y venciendo el miedo, me sumé al grupo, sin saber que ese solo instante sería trascendente para la trayectoria política del movimiento homosexual chileno e histórico en mi propia vida.

Después de ese inolvidable evento, me integré decidido a las filas del Movimiento de Liberación Homosexual, asumiendo diversas responsabilidades políticas y públicas; entre ellas, crear y animar el primer programa radial de lesbianas y homosexuales en Chile, Triángulo Abierto, sumado a mi rol de coordinador del MOVILH durante los años más duros de nuestra lucha pública. Eran los tiempos más complejos, efervescentes y desafiantes de nuestra historia. Tiempos en que recogíamos poca, pero consistente solidaridad de la izquierda política más postergada, de pensadoras y activistas de movimientos feministas (que históricamente han impulsado las luchas del movimiento lésbico / homosexual ) y de la intelectualidad post marxista, que veía en nosotros y nosotras; lesbianas, homosexuales y travestis politizados y emancipados, la posibilidad cierta de un profundo cambio social en Chile.

Años después de haber ingresado al Movimiento de Liberación Homosexual, MOVILH, y luego de fortalecer y profundizar un trabajo complejo y controversial debido a enfoques estratégicos e institucionales más radicales al interior del mismo movimiento gay, resolví apartarme de la dinámica organizacional, asumiendo un rol autónomo e independiente de la organización, creando lo que más tarde sería conocido en manifestaciones públicas como El Che Guevara de los Gays. Un Che homosexual que buscó reinventar metafóricamente la utopía libertaria de la izquierda latinoamericana, pero encarnada en personajes contemporáneos, desvalidos y estigmatizados, entre ellos, las minorías sexuales; lesbianas, travestis y homosexuales.

Un poco antes, pero paralelo a la militancia homosexual, comencé mis estudios de periodismo en Universidad ARCIS, titulándome en septiembre del 2000. Buscando ser consecuente con mi personal historia de vida, la militancia política homosexual y los estudios teóricos; asumí el programa de radio del MOVILH y comencé a desarrollar mi tesis de grado sobre la Historia Política del Movimiento Homosexual en Chile. Una tesis acorde a los tiempos, que hoy ve la luz en este recuento histórico, que recoge múltiples escenas del esqueleto social, cultural, humano y político de nuestra lucha social por conquistar un justo espacio bajo el sol.

Junto con el rescate de la memoria homosexual en tiempos donde se desecha el pasado, cortando y recortando los hitos más destacados que construyen el caminar político de lesbianas, homosexuales y travestis en Chile, la particularidad del presente relato es el valor de aventurarse a contar la propia historia desde el centro de la enunciación, es decir, sin temer al registro del testimonio personal, biográfico, pero apelando a la consecuencia histórica de los personajes enunciados y a una política representacional que liga identidades biográficas con luchas políticas históricas. El presente relato rescata la memoria de un colectivo de la sociedad chilena que no ha sido registrado en la historia política, cumpliendo así la doble artesanía de incluir relatos colectivos / públicos, alimentados con las particulares vivencias autobiográficas de un periodista e investigador social, transformado en activista y protagonista de los acontecimientos.

El título del libro, Bandera Hueca, cita la performance perpetrada en tanto activista homosexual, cuando el 4 de mayo de 1994, en medio de un Congreso del Partido Socialista y en presencia de la ex Primera Dama de Francia, Danielle Mitterrand, solicité su apoyo a la lucha en contra del artículo 365 del Código Penal que castigaba con cárcel la sodomía consentida entre hombres, desplegando ante el asombro de los políticos presentes, una bandera chilena rota con un hueco en su centro, simbolizando así el espacio hueco, ocupado por lesbianas, trans y homosexuales de Chile.
Víctor Hugo Robles
Santiago de Chile, 22 de abril de 2008

Foto: 4 de marzo de 1992, marcha en conmemoración de la entrega oficial del Informe Rettig, participando un grupo de homosexuales enmascarados, vestidos de riguroso luto y portando un lienzo que rezaba: "Por nuestro hermanos caídos, Movimiento de Liberación Homosexual MOVILH" (Iris Colil. Archivo Histórico Movimiento Unificado de Minorías Sexuales MUMS)

5 comentarios:

paquitoeldeCuba dijo...

Víctor Hugo, muy impresionante tu historia. Creo que tenemos no pocos puntos en común en nuestras experiencias personales. Aprendí mucho acá sobre la historia del movimiento gay en Chile. Gracias.

Víctor Hugo Robles dijo...

Gracias a ti por tu interés y comentarios.

Besos desde Chile :)

Memoria Nuestra dijo...

Vicky bella...touche; una historia y un tema que no conocia. Puedo subirlo a mi Web y agregar notas y referencias? Beso compadre!

Víctor Hugo Robles dijo...

Encantado, querida Adriana. Un abrazo!

Anddrew dijo...

Muy interesante y entrete el blog. Saludos!